AUTOR
Evgenia Ginzburg

    GÉNERO
Memorias

    TÍTULO
El vértigo

    OTROS DATOS
Prólogo de Antonio Muñoz Molina. Traducción de Fernando Gutiérrez y Enrique Sordo. Barcelona, 2005. 857 páginas. 25,50 €

    EDITORIAL
Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores



Anne Applebaum: "Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos" (Debate, 2004)

Anne Applebaum: "Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos" (Debate, 2004)


Reseñas de libros/No ficción
El Gulag por dentro
Por Rogelio López Blanco, lunes, 3 de octubre de 2005
Pocos desconocen en occidente el significado de Auschwitz o la denominación del algún campo de exterminio más y, sin embargo, son escasísimas los no especialistas que puedan mencionar el nombre de algún complejo de los que compusieron el Gulag, como Vokurta, Slovki, Kolimá... Evgenia Ginzburg pasó casi la totalidad de los 18 años que estuvo prisionera o confinada es este último lugar. En el libro cuenta la crónica de su sufrimiento, como la de uno de tantos millones de seres humanos que por allí pasaron, pero también su “escarpado camino interior”.
De la diferencia inicial que se subraya en el anterior párrafo, deriva que nadie con un mínimo de decencia haga alarde de ser nacionalsocialista, pero que unos cuantos, no escasos todavía, se ufanen de su militancia comunista, como si nada hubiera pasado, como si esos horrores fueran una simple desviación y no constituyesen la misma esencia del sistema político que defienden.

El preámbulo de los padecimientos de Ginzburg empezó en 1934, tras el asesinato de Kirov, cuando se abrió el proceso de investigación que dio origen a los grandes procesos. Para ella culminó con su detención el 15 de febrero de 1937, en una de las oleadas de detenciones masivas que se llevaron por delante la vida de tantos militantes comunistas bajo la acusación de ser trotskistas o enemigos del pueblo. Acusada de lo mismo, tuvo “suerte”, no fue fusilada. La condenaron a diez años, de los que pasó los dos primeros en una prisión de aislamiento para, posteriormente, tras un atroz viaje de un mes en un vagón de ganado, ir destinada a la parte más extrema de Siberia, Kolimá. Su vida allí trascurrió en diversos destinos, algunos durísimos, como la tarea de cortar árboles en la taiga a cuarenta bajo cero mientras era infraalimentada por no llegar al cupo establecido, hasta servir como enfermera, pasando por situaciones espeluznantes en las que la supervivencia de los más fuertes imponía sus inhumanas reglas. Estuvo muy enferma y a punto de morir en muchas ocasiones, mientras a su alrededor perecían numerosas compañeras de campo.
El libro se basa en sus recuerdos, pues el principal objetivo para ella de aquellos 18 años fue recordar lo máximo posible para escribirlo con el fin de luchar contra la herencia del déspota comunista. Sin embargo, no es solo el simple relato de su suplicio, también aparece muy destacada la cuestión de la culpabilidad personal, que produce un sentimiento de vergüenza y arrepentimiento muy bien descrito y analizado en el espléndido prólogo de Antonio Muñoz Molina

El Gulag, acrónimo de Dirección General de los Campos, dio denominación al sistema soviético de trabajo esclavo que Stalin impulsó para acelerar la industrialización y la explotación de los recursos naturales de las zonas inhabitables de la URSS, desempeñando un papel central en la economía del país. Precisamente, coincidiendo con la detención de Ginzburg los campos entraron en un periodo de rápida expansión. Se estima que más de 18 millones de personas pasaron por el sistema. Quien desee conocer con rigor este asunto dispone aún de la reciente traducción de la magnífica investigación de la historiadora Anne Applebaum, Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos (Debate, 2004), que fue premio Pulitzer de Historia en 2004.

El título de la autobiografía de Evgenia Ginzburg hace alusión a la sensación de absurdo y turbación que para ella presidió toda esta etapa, siempre expuesta a la arbitrariedad y a la crueldad de la trituradora que desarrolló el Estado soviético en época de Stalin, y que terminó destrozando parte de su vida y la de su familia. El libro se basa en sus recuerdos, pues el principal objetivo para ella de aquellos 18 años fue recordar lo máximo posible para escribirlo con el fin de luchar contra la herencia del déspota comunista. Sin embargo, no es solo el simple relato de su suplicio, también aparece muy destacada la cuestión de la culpabilidad personal, que produce un sentimiento de vergüenza y arrepentimiento muy bien descrito y analizado en el espléndido prólogo de Antonio Muñoz Molina. Frente a aquellos que decidieron olvidar una vez llegada la etapa de la desestalinización, Ginzburg había procedido a revisar sus valores a la luz de aquella cruel experiencia, aceptando lo que el padecimiento le había revelado. Nada volvió a ser igual para aquella antigua y fiel comunista.

Aunque el sentimiento de responsabilidad personal persistió a lo largo de la dura experiencia, Ginzburg sobrevivió con el “alma intacta” debido a que nunca delató, a que supo mantener su espíritu y sensibilidad gracias a la poesía, a la mutua ayuda entre las “delincuentes políticas”, a la disposición a socorrer y perdonar y a lo que ella llama espíritu de bondad que, en situaciones extremas, se encarnaba en alguien que le sacaba in extremis de la tumba. En El vértigo Evgenia Ginzburg cuenta la verdad, más importante cada día, ahora que se descubren impostores que justifican su vileza por una causa que está por encima de todo. Ella sostiene el principio elemental de que “la verdad no necesita ser justificada por la adecuación a un bien superior. La verdad es la verdad y nada más. Debe ser servida, no servir”.