Reseñas de libros/No ficción
Moda y cultura
Por Bernabé Sarabia, lunes, 4 de abril de 2005
En la presentación de esta obra, Mónica Codina afirma que “es difícil encontrar estudios académicos que se concentren en dilucidar el entramado cultural, social y antropológico que subyace al desarrollo de la moda en el mundo contemporáneo”. Si esta afirmación es cierta en general, en el caso español lo es todavía más. Para confirmar la aseveración de Mónica Codina basta visitar cualquier librería – entrar en la red también sirve– y curiosear el estante dedicado a la moda. Da lo mismo que se trate de una de esas, cada vez más escasas, librerías high brow de Madrid, Barcelona o Valencia o de una de las grandes superficies distribuidoras de cultura como Fnac, Crisol, Vips o El Corte Inglés. Apenas nada.
Los autores españoles constituyen una rareza en este campo del
conocimiento. Como afirma Mónica Codina, el carácter complejo y a la vez
superficial de la moda tiñe a todo lo que la rodea de un aire frívolo que parece
asustar tanto a la aristocracia intelectual como a los recién llegados que
buscan un hueco académico o literario.
Sin embargo, el vestir y sus
aledaños ha sido, y es, un indicador excelente de los cambios sociales. En un
delicioso e interesante libro de conversaciones entre Eric J. Hobsbawm y Antonio
Polito, Entrevista sobre el siglo XXI (Crítica, 2004), el primero de
ellos reflexionaba sobre la globalización y se refería a la indumentaria como un
referente de la asimilación cultural de las minorías en los países
desarrollados.
La cultura que mejor ha entendido el tema de la moda ha
sido la francesa. No sólo como un factor de peso económico en su producto
interior bruto sino en lo que tiene de expresión artística o cultural. El
antropólogo Marcel Mauss, sobrino de Emile Durkheim, uno de los fundadores de la
sociología, ha dejado escrito que la moda “es un fenómeno social total”. Desde
la literatura, Proust, Baudelaire, Mallarmé, Morand o Renoir han echado su
cuarto a espadas. En la segunda mitad del siglo pasado las contribuciones de
Roland Barthes y de Pierre Bourdieu han sido esenciales.
En 1967 Roland
Barthes da a la imprenta “El sistema de la moda”, un texto en el que, como él
mismo afirma en el prólogo, lleva a cabo “un análisis estructural del vestido
femenino tal y como hoy se describe en las revistas de moda”. También bajo el
paraguas de la semiótica -Umberto Eco seguirá sus pasos- lleva a cabo un
esclarecedor análisis del vestido y de su relación con el mundo. Posteriormente,
dará a la luz otros textos que, junto con distintos trabajos que arrancan desde
1957, componen un volumen insoslayable publicado por Paidós (2003) bajo el
título El sistema de la moda y otros escritos.
La moda, como podemos leer en Mirando la
moda, no se puede entender a partir sólo de la ropa, la moda hay que
referirla a una actitud determinada ante diferentes situaciones. Lo que
caracteriza a la moda son sus formas de cambio, cambio que acontece en plazos
generalmente breves y regulados socialmente
Ya en el siglo
XXI, Gilles Lipovetsky ha seguido repensando lo que significa la moda. Bien es
verdad que desde 1987, año en el que aparece en Francia “El imperio de lo
efímero, su reflexión se descentra y su eje no está tanto en la moda como en
el lujo. En el 2003 ha publicado con Elyette Roux El lujo eterno, una
vuelta más a su pensamiento en torno al consumo como expresión del lujo en un
mundo postmoderno en el que la moda sigue ocupando un lugar central.
Como
saben muy bien en Francia, ahora que celebramos el centenario del nacimiento de
Jean Paul Sartre y de Raymond Aron, la elite intelectual francesa está
seriamente quebrada bajo el peso cultural del coloso norteamericano. En el
universo de la moda, el último trabajo de Oscar Scopa, Nostálgicos de
aristocracia, pone de manifiesto cómo Chanel y el universo de diseñadores de
todo el mundo afincados en París han sufrido la honda expansiva del
ready-to-wear y de los jeans norteamericanos.
La
postergación francesa en el uso de su lengua en relación con el inglés, de su
cultura expresada a través de la moda es, en definitiva, una forma de
empobrecimiento. Sin caer en lo que una revista como Vogue pueda tener de
frívola, lo cierto es que, como Linda Watson pone de manifiesto en Siglo XX
Moda (Edilupa, 2004), después de respirar, comer, dormir y hacer algún otro
par de cosas, uno de los placeres básicos del cuerpo humano es arroparse con
vestidos.
El considerar la moda como expresión artística y social de una
época determinada es algo en lo que es fácil coincidir. Los ocho autores que han
escrito los doce textos que componen Mirando la moda son conscientes de
su importancia histórica. Por otro lado lo son también de su desarrollo como
negocio que se expande en las aplicaciones del diseño, el cual se desdobla en
mil aplicaciones de uso cotidiano.
En el consumo de moda el matiz ha cobrado un
peso que antes no tenía. El matiz hay que leerlo como una derivada del gusto. El
gusto es, antes que nada, algo personal y se desarrolla sobre todo en los
detalles más que en las grandes líneas de la moda. El gusto no sólo se pone de
manifiesto en la moda sino en cómo se lleva la moda
Como
afirma René König en La moda en el proceso de la civilización (Engloba,
2003), una revisión de su texto clásico de 1985, el objetivo de la moda es
llegar al mundo a través de un constante proceso de comunicación. Dicho proceso
de comunicación surge una y otra vez de modo espontáneo y está marcado por el
lenguaje corporal.
La moda, como podemos leer en Mirando la moda,
no se puede entender a partir sólo de la ropa, la moda hay que referirla a una
actitud determinada ante diferentes situaciones. Lo que caracteriza a la moda
son sus formas de cambio, cambio que acontece en plazos generalmente breves y
regulados socialmente.
En la cultura globalizada de masas de las
sociedades del siglo XXI, lo que tiene cada vez una relevancia mayor no es tanto
el contraste como el matiz. El matiz está en la base de la creciente
democratización de los países desarrollados y tiene importancia en los sucesos
políticos –recordemos en España “el talante” elevado a categoría política por
Rodríguez Zapatero.
En el consumo de moda el matiz ha cobrado un peso que
antes no tenía. El matiz hay que leerlo como una derivada del gusto. El gusto
es, antes que nada, algo personal y se desarrolla sobre todo en los detalles más
que en las grandes líneas de la moda. El gusto no sólo se pone de manifiesto en
la moda sino en cómo se lleva la moda.
Tal como se afirma en las páginas
de este oportuno libro colectivo de profesores vinculados a la Universidad de
Navarra, en la búsqueda apasionada de lo nuevo, la vida se supera a sí misma en
una especie de autotrascendencia. El ser humano trata de escapar del círculo
limitado de su presente. Busca proyectarse hacia lo extraordinario para
franquear así la frontera entre el presente y el futuro. En este sentido, el
adorno, la joya tiene en el campo de la moda un doble significado. En primer
lugar, cumple la función de transformar y elevar a la propia persona ante sí
misma. En segundo término, conforma una “distinción ante los demás”. El adorno,
la joya siempre tiene un ojo puesto en la duración, tal como señalan con acierto
Fernando Rayón y José Luis Sanpedro en Las joyas de las reinas de
España.
Para cerrar este comentario, quizá convenga recordar a un
gran sociólogo alemán de principios de siglo, George Simmel. Fue, junto con
Thorstein Veblen, uno de los primeros en plantearse desde las ciencias sociales
la importancia de la moda para entender el mundo. En su opinión, las personas
aman la belleza y la moda con todo lo que conlleva de adorno y de expresión
personal. La moda representa un ideal de belleza y, con mucha frecuencia, un
acto de amor dirigido hacia los demás.