Magazine/Cine y otras artes
La intensidad y el cénit
Por Eva Pereiro López, lunes, 4 de abril de 2005
Frankie Dunn (Clint Eastwood) es un veterano entrenador de boxeo que lleva toda su vida entrenando púgiles. Un día aparece por su gimnasio Maggie (Hilary Swank), en busca de su buena estrella, pero Frankie se niega a entrenarla: no entrena a mujeres y menos a alguien que es ya demasiado mayor para poder alcanzar el éxito. El tesón de Maggie, que bajo el buen ojo de Scarp (Morgan Freeman) –un viejo boxeador y fiel amigo de Frankie- logra ir progresando, resulta sorprendente, y tras el abandono de su última y mejor promesa por otro manager que lo lleve directo a la cima, Frankie acabará tomándola bajo su protección.
Con su vigésimo sexta película Clint Eastwood ha alcanzado el cénit. La madurez de la experiencia sin duda ayuda, pero hay que reconocer que este viejo zorro sabe mucho de cine. Million dollar baby roza la perfección –si es que ésta existe. Eastwood da a luz a una historia que sale de lo más profundo de sus entrañas y logra trasponerla a la pantalla con una calma inconcebible.
Frankie es un buen entrenador pero le cuesta arriesgar a sus púgiles. Piensa más en protegerlos que en exponerlos, probablemente porque no se perdona el 109 combate de su amigo Scarp, en el que éste perdió un ojo. Por desgracia, las jóvenes promesas no pueden esperar, impacientes por llegar a la cumbre cuanto antes. Así, su mejor púgil va a acabar abandonándolo y en ese preciso momento entra Maggie en escena. Acaba de llegar de algún lugar perdido de la América profunda, con la certidumbre de que no vale nada. Con una vida difícil tras sí, una madre más atenta a cómo defraudar y conseguir ayudas sociales y un padre ausente, Maggie concentra toda su rabia y ambición en el boxeo, día tras día, después de una larga jornada sirviendo en un fastfood. Lo que necesita, más que nada, es que alguien crea en ella.
Es difícil describir la complejidad de los personajes, tanto como apasionante resulta la película. Conmueve profundamente, sin duda porque lo que dice lo hace con una evidencia y una naturalidad casi inimaginables. Y la extrema intensidad que crea es fruto del excelente manejo de la progresión dramática
Cuando Frankie al fin acepta entrenarla, llega el punto de inflexión de la película que se trasforma en una historia de amor padre-hija bajo la indescriptible fidelidad que Frankie y Scarp se tienen. La historia del personaje de Frankie es la de alguien que sufre en su interior por la inexistente relación con su hija. Una hija a la que escribe semana tras semana aunque las cartas le son devueltas una y otra vez. Una hija que ha creado un vacío tan doloroso que Frankie lleva años acorazado, evitando cualquier tipo de relación excepto la que mantiene con Scarp. Busca redención. Y a medida que va a enfrentarse a Maggie, a su tesón, a su desesperación por llegar a algo una vez en su vida, va a ir tejiéndose un afecto perdido que acabará llenando ese vacío insoportable. A su vez, ella encontrará en él el padre idealizado que perdió cuando era niña.
El viejo Scarp - fantástico Freeman- nos relata en pasado y a través de una carta que escribe a la hija de su viejo amigo, su encuentro como un renacimiento, una segunda oportunidad. Maggie y Frankie van a volver a encontrar el sentido de la familia que habían perdido dolorosamente hacía mucho.
Es difícil describir la complejidad de los personajes, tanto como apasionante resulta la película. Conmueve profundamente, sin duda porque lo que dice lo hace con una evidencia y una naturalidad casi inimaginables. Y la extrema intensidad que crea es fruto del excelente manejo de la progresión dramática. El paso de la violencia de los combates a la ternura es, sin ninguna duda, signo de talento.
No sólo brillan Eastwood como director y Paul Haggis como guionista –un guión conciso hasta el extremo-, el trabajo de los actores es también tremendo. La naturalidad que el viejo actor ha logrado después de tantos años es inalcanzable. La interpretación de Hilary Swank, que ya había brillado intensamente en Boys don´t cry (1999) y que confirma una vez más su talento, resulta fascinante. Y Morgan Freeman es la sutileza en persona. En cuanto a la pantalla, Tom Stern (director de fotografía) hace de esta película una procesión de imágenes poco iluminadas, siempre anegadas en un claro-oscuro que nos recuerda el tono pasado del relato y que ahonda su intensidad. Un trabajo más que sobresaliente.
Las críticas han sido unánimes y Million dollar baby merece todos los premios que se le ha otorgado. Sin embargo, me gustaría puntualizar ciertas comparaciones que la prensa española ha hecho con la última película de Amenábar, Mar adentro. Las similitudes son puramente casuales y, por ello, las comparaciones están completamente fuera de lugar. Eastwood no trata en ningún momento el tema de la eutanasia en sí a pesar de que el desenlace desemboque en ello. Aunque Amenábar nos tiene acostumbrados a muy buen cine, no ha alcanzado ni mucho menos la excepcionalidad y complejidad que Eastwood logra con este trabajo.