Magazine/Cine y otras artes
El negocio es el negocio
Por Eva Pereiro López, jueves, 14 de octubre de 2004
Fahrenheit 9/11 parece ser el “documental” del año. Viene avalado por el premio recibido en Cannes a la mejor película (mayo 2004) pero, sobre todo, por la polémica que despierta. El film panfletario de Michael Moore tiene como ambición influir en el electorado estadounidense en vista de las elecciones presidenciales del mes de noviembre. Puede que este último objetivo sea demasiado pretencioso pero, desde luego, ha logrado crear una duda más que razonable sobre la administración actualmente en el poder. Numerosos son los ejemplos de abusos que nos presenta pero también resulta discutible la fidelidad de la información con la que juega.
Moore no es un angelito ni lo pretende. Emprendió su cruzada anti-Bush hace ya tiempo y la asume sin menor titubeo. Fahrenheit 9/11 es esencialmente dos horas de demolición calculada de la imagen del presidente Bush, y por consiguiente de la administración que lo aúpa, aunque a ésta última logra difícilmente arañarla.
Hay muchas cosas dudosas en este “documental”, y otras tantas mencionadas que no se tratan con la suficiente profundidad. Es evidente que el rigor y la precisión dejan mucho que desear pero ¿acaso era ése el fin de Moore o se trataba más bien de despertar a las masas, de crear una duda razonable sobre la administración y el sistema, de abrir los ojos de muchos conciudadanos aterrorizados por la posible amenaza terrorista, cuando deberían estar horrorizados por la manipulación a la que se ven continuamente sometidos?
Moore no denuncia una ideología definida, aunque quizás debiese, sino más bien la idea reinante de mantenerse en el poder y acrecentar los beneficios. Seamos claros de una vez, nos dice, el negocio es el negocio y de eso es de lo que se trata mayormente. “El Mal” está ahí fuera y ellos han aprovechado la ocasión; varios documentales (1) han demostrado ya irrefutablemente que Sadam Hussein era un objetivo mucho antes de los ataques terroristas cometidos el 11 de septiembre de 2001 y que la administración Bush mintió con respecto a las supuestas armas de destrucción masiva. Pero Bush es una marioneta más del sistema y los intocables siguen siéndolo después de Fahrenheit 9/11, aunque quizás un poco menos.
No existe la más mínima duda de que la rigurosidad de Fahrenheit 9/11 se tambalea en numerosas ocasiones o que incluso llega a ser inexistente, pero esto no impide que el film haya cumplido perfectamente sus objetivos. Es evidente, sin embargo, que el premio a la mejor película en el festival de Cannes está de más si consideramos méritos puramente cinematográficos
Supongo que puede resultar bastante sencillo hacer lo que ha hecho Moore, pero reconozcámosle el mérito de haberlo hecho y de saberlo hacer bien, aunque eso sí, dejemos de hablar de documental propiamente dicho. Moore es un mago, un ilusionista que conoce su profesión a la perfección y combina todos los géneros posibles en ésta, su última película: la comedia a lo Billy Wilder cuando alquila una furgoneta de helados para leer la “Patriotic Act” a los miembros del congreso que la votaron sin leerla; la tragedia cuando, de vuelta a su ciudad natal, Flint, entrevista a Lila Lipscomb cuyo hijo ha muerto en Irak después de enrolarse como voluntario, y es que en Flint, tras años de penuria económica, la única salida a mano ha sido y sigue siendo el ejército; la confrontación, cuando se dedica a perseguir a los poderosos – “the big guys” - con preguntas peliagudas; la especulación, cuando se pregunta en qué estaría pensando Bush una vez que le hubieron comunicado que su país estaba siendo atacado y que no tenía a nadie para decirle qué debía hacer o decir, o simplemente cómo debía actuar; y finalmente la infiltración, cuando se divierte siguiendo a dos marines, elegantemente ataviados con sus uniformes de gala, que se dedican a reclutar a jóvenes de clase social desfavorecida con métodos sospechosamente represivos... ¿Acaso Moore no hace bien su trabajo?
No existe la más mínima duda de que la rigurosidad de Fahrenheit 9/11 se tambalea en numerosas ocasiones o que incluso llega a ser inexistente, pero esto no impide que el film haya cumplido perfectamente sus objetivos. Es evidente, sin embargo, que el premio a la mejor película en el festival de Cannes está de más si consideramos méritos puramente cinematográficos. El jurado hubiese tenido que inventar una nueva sección del tipo “abre los ojos” para justificar tal elección, pero decidió denunciar la situación político-económica aprovechando la ocasión. ¿Lícito? ¿Por qué no?
Moore eligió no seguir callado ante una situación que considera insostenible y, para ello, ha seguido los pasos de los de arriba: medias-verdades, manipulación (aunque a otro nivel) y mucha rebeldía, eso sí. ¿Existe acaso otro método tan rápido para crear duda en una población de 250 millones de habitantes? Probablemente no. El ciudadano, sin embargo, debería entrar en la sala de proyección con desconfianza y partir de los “hechos” que presenta Moore para informarse más correctamente consultando los medios a su disposición. Pero entramos ya en otro tema, el de la responsabilidad de cada individuo.
Por desgracia, lo que debería molestarnos a pesar de todo, y hay que tenerlo muy en cuenta, es que la manipulación a la que llega es, al fin y al cabo aunque a menor escala, la manipulación que ejerce su gobierno: un abuso de poder. Nos toca a nosotros limitar los daños y enfrentarnos a ello. Debería ser ésta la sutil lección a extraer del trabajo de Moore.
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(1) Robert Greenwald ha realizado dos documentales: “Uncovered: the whole truth about the Iraq War” (2003), y “Uncovered: the war on Iraq” (2004). Este último llegará próximamente a las pantallas europeas (en Francia su difusión está prevista a partir del 13 de octubre 2004). Le Monde Diplomatique, Octobre, 2004.