Reseñas de libros/No ficción
La intervención soviética en la Guerra Civil española
Por Rogelio López Blanco, martes, 6 de abril de 2004
La obra de Daniel Kowalsky constituye una notable contribución al estudio de la intervención de la Unión Soviética en la contienda civil española entre 1936 y 1939, tanto por las conclusiones a las que llega como por la relevancia de las fuentes en las que se basa la investigación, en particular los documentos pertenecientes a los archivos de la antigua URSS y una amplia bibliografía en lengua rusa, ambas poco exploradas por los historiadores occidentales.
El asunto de las fuentes soviéticas es capital para intentar resolver la controversia sobre este tema central de la intervención de Stalin. Entre los historiadores españoles, sólo Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, César Vidal y pocos más han acudido a esa enorme veta documental que va siendo desclasificada. Respecto al debate historiográfico, también destaca la crítica de fondo del valioso libro de Radosh, Habeck y Sevostianov, España traicionada, cuya documentación fue “cuidadosamente seleccionada para presentar una visión poco caritativa de la participación soviética en la guerra”, al que censura que se trata de un juicio de las intenciones de Stalin en España, no de lo que realmente fue capaz de hacer.
Lo más objetable en las conclusiones de Kowalsky es que su unidad de medida es estrictamente la intervención venida de la URSS, lo que le hace descuidar el papel de los agentes y aliados que Stalin tenían entre las fuerzas que intentaban controlar paulatinamente la maquinaria republicana
Y en torno a esta realidad es precisamente sobre la que giran las conclusiones del libro. Analizando cuidadosamente los principales capítulos de la actuación soviética en España que, por orden de importancia, fueron la ayuda en efectivos militares, la campaña de solidaridad, las relaciones diplomáticas y los intercambios culturales, lo que queda meridianamente claro para el autor es que hay una enorme distancia entre las ambiciones del Kremlin en España y los logros obtenidos, muy limitados por las enormes dificultades debidas a la distancia del teatro de operaciones, los medios aportados y la forma en que fueron dispuestos en comparación con la fluida ayuda germano-italiana al bando sublevado, sobre todo superados los diez primeros meses de guerra.
Lo más objetable en las conclusiones de Kowalsky es que su unidad de medida es estrictamente la intervención venida de la URSS, lo que le hace descuidar el papel de los agentes y aliados que Stalin tenían entre las fuerzas que intentaban controlar paulatinamente la maquinaria republicana. No fue sólo el PCE, que cada vez tenía más influencia en el Ejército Popular y en los servicios represivos, sino también elementos republicanos y una facción fundamental del PSOE, liderada por Negrín, quien, como jefe de gobierno, se había comprometido en 1938 con los rusos a que, en caso de victoria republicana, se implantaría un sistema de izquierda totalitario.
En lo que se refiere a la asistencia soviética, Kowalsky matiza las conclusiones de Howson sobre el gran fraude de la venta de armas a Moscú a cambio del oro del Banco de España, aunque acepta que Stalin hizo un negocio redondo, pues apenas tuvo costes económicos, comprobó sobre el terreno la capacidad de las fuerzas alemanas empleando sólo 2200 hombres y pudo verificar el funcionamiento de su armamento más sofisticado (aviones y carros de combate), lo que, probablemente, le llevó a la idea de que había que ganar tiempo ante la posibilidad de un enfrentamiento con la Alemania nazi.
También hay otros muchos aspectos interesantes que merecen ser resaltados en este excelente trabajo de investigación: la utilización de las campañas de solidaridad con la República para cohesionar la sociedad soviética y crear un ambiente internacional propicio para los intereses de la URSS --campañas que no fueron nada espontáneas, incluyendo la del reclutamiento de las Brigadas Internacionales--, la relevancia de las relaciones diplomáticas, el análisis de las causas de la persecución de buena parte de los asesores soviéticos en las purgas estalinistas y la consideración fundamental de que Stalin hizo lo que pudo por la victoria de la República y que nunca la abandonó a su suerte, demostrado en la ayuda militar final gestionada por Hidalgo de Cisneros y en la contribución humanitaria tras el fin de la guerra.